La Ley de Variedad Requerida de Ashby: equilibrio y control en sistemas complejos

La Ley de Variedad Requerida, formulada por W. Ross Ashby en 1956, constituye uno de los pilares teóricos más sólidos de la cibernética y, por extensión, de la Ingeniería de Sistemas. Su principio central puede expresarse de forma sencilla: “solo la variedad absorbe variedad”

En términos sistémicos, esto significa que la capacidad de un sistema para mantenerse estable frente a perturbaciones del entorno depende directamente de la diversidad de respuestas que sea capaz de generar. Cuanta más variedad presente el entorno —es decir, cuanta mayor sea la cantidad de posibles situaciones, cambios o desafíos—, mayor debe ser la variedad interna del sistema para poder adaptarse eficazmente.

Desde una perspectiva de control, Ashby planteó que un regulador o gestor debe poseer una complejidad equivalente a la del sistema que desea controlar. Si el entorno produce diez tipos de perturbaciones, pero el sistema solo dispone de tres tipos de respuestas, inevitablemente habrá siete situaciones que escaparán a su control. La consecuencia es la pérdida de estabilidad o eficacia. Por el contrario, si el sistema dispone de una variedad interna igual o superior, podrá absorber los cambios, aprender de ellos y mantener su equilibrio operativo.

En Ingeniería de Sistemas, esta ley se traduce en una máxima práctica: la capacidad de adaptación debe ser proporcional a la complejidad del entorno. Los sistemas —ya sean organizaciones, infraestructuras o redes tecnológicas— necesitan mecanismos de retroalimentación y autorregulación que les permitan reaccionar ante la incertidumbre. 

La ingeniería no solo diseña estructuras funcionales, sino también mecanismos de resiliencia, aprendizaje y coordinación, para que la organización mantenga su propósito a pesar de la turbulencia externa.

El valor de la Ley de Variedad Requerida se vuelve evidente al analizar el funcionamiento de una pyme en un mercado de “océano rojo”, caracterizado por la competencia intensa, la presión sobre los precios y la necesidad de innovar constantemente. Imaginemos una empresa mediana dedicada a la venta y reparación de repuestos automotrices. En este entorno, los cambios tecnológicos, las variaciones en la demanda, las nuevas regulaciones ambientales y la agresividad de la competencia crean un flujo continuo de perturbaciones.

Si la pyme opera con procesos rígidos, escasa comunicación interna y decisiones centralizadas, su variedad interna será baja. Cada vez que el mercado cambie —por ejemplo, una nueva marca ingrese al país, o los clientes migren al comercio electrónico— la organización reaccionará tarde, perdiendo ventas y cuota de mercado. Su estructura no podrá absorber la variedad del entorno.

En cambio, si la empresa implementa mecanismos de retroalimentación ágiles —como análisis continuos de mercado, comunicación abierta entre áreas, autonomía operativa para los equipos y sistemas de información integrados— estará aumentando su “variedad interna”. De este modo, podrá ajustar precios, modificar inventarios, incorporar nuevos proveedores o rediseñar su oferta en función de los cambios del entorno. Así, la organización no solo reacciona, sino que regula activamente su estabilidad y competitividad.

El principio de Ashby invita a repensar la gestión desde una perspectiva sistémica: la supervivencia no depende tanto del tamaño o de los recursos, sino de la capacidad de generar respuestas diversas y coherentes ante los desafíos. En las pymes, esto implica cultivar flexibilidad estructural, competencias múltiples en el personal y una cultura de aprendizaje continuo. 

La variedad requerida se construye con información, coordinación y descentralización inteligente, no con burocracia ni exceso de control.

En conclusión, la Ley de Variedad Requerida de Ashby sigue siendo una referencia esencial para entender cómo los sistemas complejos —biológicos, tecnológicos u organizacionales— logran adaptarse y persistir. Su aplicación práctica permite diseñar organizaciones más dinámicas, capaces de absorber la complejidad sin perder su identidad ni su propósito. 

En un mercado saturado y competitivo, la pyme que logra ampliar su variedad interna se convierte en un sistema viable: uno que no solo sobrevive al cambio, sino que aprende de él para fortalecerse.

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